Desde hace tiempo, en este país como en tantos otros el futbol ha dejado de ser una fiesta para convertirse en una verdadera batalla campal. El deporte más popular del mundo se ve empañado no solo por los ya recurrentes casos de corrupción protagonizados por jugadores, dirigentes y árbitros, sino también por la violencia sectaria con la que las autodenominadas “barras bravas” enfrentan sus conflictos, cuya dimensión sobrepasa ampliamente lo deportivo para pasar a ser un asunto pseudoreligioso con tintes patológicos.
Algunos de ustedes dirán que este auge de violencia no debería sorprender a nadie considerando que la mayor parte del lenguaje y semiótica del fútbol se basa precisamente en emplear términos que nos llevan a pensar en la guerra, en un tipo de enfrentamiento bélico donde las hinchadas pasan a ser las huestes que acuden al enfrentamiento para alentar a su escuadra debidamente uniformados, portando además banderas, escudos y todo tipo de distintivos.
Por otro lado está el lenguaje utilizado y difundido por los relatores de forma genérica; ataque, defensa, ariete, bombazo, cañonazo, ofensiva, táctica, estrategia, carga, golpe, daño, punzante entre otras, son palabras frecuentemente utilizadas durante la narración de un partido.
En este contexto y ante el creciente extremismo irracional al que se expone el hincha que busca en este deporte un escape a la cotidianidad, el estadio se convierte en una frágil jaula que contiene a más de un desadaptado que cree que el hecho de ponerse una camiseta y “cantar” barras copiadas tiene derecho a imponer su ley al abrigo del trago y otras drogas.
Como liguista de toda la vida me da vergüenza, desilusión y pena tener que admitir que la principal barra de mi equipo, tan reconocida por haber tomado la posta de Los Dinosaurios, hoy se encuentre infiltrada por una gran cantidad de choros, aprendices de barras bravas argentinos, pseudo lideres que basan su comportamiento en la agresividad.
Esta serie de delincuentes comunes, este grupillo que no es más que un remedo de gángsters que no representan el sentir de la gran hinchada de LDU, estos desadaptados ya fueron responsables de una muerte de un hincha de El Nacional hace dos años y son cómplices y encubridores de innumerables peleas, palizas y violencia.
No es posible que a este tipo de gente se le permita la entrada libre a los estadios, hemos llegado al límite inaceptable que implica intolerancia entre personas que son hinchas del mismo equipo. La muerte de Christian Calvache no debe sumarse a la lista de los q ya han sido víctimas sin sentar un precedente y si para ello nos debemos quedar sin cerveza y algunos partidos sin jugar de local en casa blanca, estos deberían ser apenas los primeros pasos hacia la extirpación definitiva de este tipo de actos antes de que para todos nosotros los hinchas del futbol sea ya demasiado tarde.
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