Ya se abren paso en procesión
Desde el mar de los caídos
Los oscuros arcángeles surgidos del frio,
Sin más convicción ni objetivo
Que llevarse el alma inocente
Del que fuera el último profeta viviente,
Y mientras van llegando al punto
Donde han de hallar los despojos del desdichado
Sienten la mirada acechante,
De los perros que aullando
En medio de la nublada calle,
Ven pasar al lúgubre cortejo
Y se lamentan como presintiendo
Que a otro humano le ha llegado el tiempo,
De despedirse de los mortales.
Se disponen los espectros
A apresar el alma libre
De ese viejo trovador,
A quien pronta acudió la amarga muerte
Para cobrarle el saldo de una cuenta
Que a otro tocaba pagar.
Pronto rumbo toman
Hacia el tenue rio Estigia
Los acólitos de la oprobiosa soberana
De aquel sórdido inframundo que ansioso espera
Por la bienaventurada y siempre buena alma
Del último de los poetas.
Ya del cielo va cayendo un aguacero,
No de gotas sino de letras,
Porque los justos y los santos
Le lloran amargos adioses
Al gestor de sus deleites
Y filosofo de porte
Amante de la vida,
Viajero sin pasaporte,
Pájaro que sin alas
Se enfrentaba al horizonte,
Nacido en cuna pobre
Con destino ya marcado,
Se rebeló con ventura y de buen agrado
A las injurias que el pasado
Quiso marcarle en la frente.
Fue guerrero valiente
El que allí yace marchito,
Justo, fiel, clemente,
Feliz y calmo ante lo adverso,
Portador de eterna sabiduría
Nuca se proclamo a si mismo
Profeta…
Fueron sus seguidores los que quisieron
Colmar de vanidad
Al que por biblia llevaba un libro,
Por compañera una guitarra vieja,
Por arma la palabra,
Y sin poseer castillo alguno
Ni más legado que sus ideas
Llego a la gloria eterna
Junto a su creador y maestro
El incansable viajero
Que por hogar tuvo al mundo,
Regalo máximo y divino.
Ese que no guardo rencores,
Ni odio ni melancolía,
Encontraba placer en las flores,
En el viento y en las sonrisas
Y caminando a paso lento
Por las calles destruidas
Pregonaba en silencio
Las bondades de la vida,
Efímera vida
Que vino a arrebatarle un día
Un grupo de malhechores.
No se aferro a nada
El guardián de multitudes.
Tuvo más de cien amadas
A las que ofrecerles las nubes,
Sin más posesiones terrenales
Que su mismo cuerpo,
Portador de su existencia
Y sus hondas inquietudes
No florecía aun la mañana,
Cuando expiro su corazón,
Y de a poco apago la llama
De sus oceánicos ojos
Que presos de un sueño eterno
Se cerraban mientras ya
El intenso dolor cedía
Hasta traerle la paz,
Mas con su último aliento,
En lugar de maldecir y reclamar
Se despidió con un suspiro
De toda la humanidad,
De los “Nosotros” indolentes
A los que tanto supo amar.
Hasta que los fríos proyectiles
Con precisión implacable
Le desgarraron la carne
Y desangraron su cuerpo
En espectáculo grotesco
Que dio inicio a este lamento
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